miércoles, 23 de septiembre de 2009

Crítica y trailer del filme 24 hour party people

Foto: My Broadway video


24 hour party people suele ser identificada popularmente con sexo y droga. Si bien es cierto que éstos no escasean a lo largo de la película, se transforman sólo en picantes detalles a la hora de resaltar el verdadero sentido de la trama narrada: el movimiento musical que vivió Manchester entre el 76´ y principios del 90.

La elección de la conjugación de “narrar” no fue azarosa en el párrafo anterior. Sucede que Tony Wilson es el personaje que protagoniza la historia, pero también quien la cuenta a cámara como si no fuera parte ella. Le otorga así al filme un género propio que sobrepasa al drama y también al documental.

Esto se convierte en juego y se suma como uno más de los tantos condimentos que entretienen a los espectadores que acaso no sienten admiración por la música de esta historia. Brilla así el modo irónico usual de hablar de Tony, su soberbia y la expresión de “qué me importa” que lleva siempre grabada en la frente. Todo esto combinado de forma exquisita con la contradicción que representa su marcada indiferencia por enriquecerse con su negocio, y en pos de mantener en alto valores y proridades no propias de su tipo.

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Salvo en el episodio que prosigue al suicidio de Ian curtis, el líder de Joy Division, podían envenenar palomas frente a los ojos de Tony Wilson, o hacerle una broma apuntándole con una pistola en la cabeza, que el no cambiaría su expresión de tranquilidad en el rostro.

El protagonista representaba a un periodista, convertido en empresario, que creó el sello discográfico Factory. Realizaba recitales en la discoteca La Hacienda, de dónde luego nacieron bandas como Joy Division, New Order y los Happy Mondays. A Tony Wilson y las bandas que respondían a su empresa sólo los unía un contrato, uno que estaba escrito a sangre e indicaba: “Los artistas son propietarios de sus obras. El sello no es dueño de nada. Nuestras bandas tienen la libertad de irse al carajo”. En síntesis, era un contrato que explicitaba que no existía tal.

De este modo, este hombre ambicioso interpretado por el actor Steve Coogan era un empresario diferente a la media: su volante no era el dinero, sino su “exceso de civismo”, tal cual el mismo relata en el film. Su amor a Manchester y a la música eran su única guía en este camino que comenzó con el punk y terminó con el acid house a principios del 90, cuando no tuvo más opción que cerrar su gran “negocio”.

Era un negocio que no le traía ganancias importantes y que podría habérselas brindado de no ser por haberse mantenido al margen de la venta de estupefacientes en La Hacienda. Los narcotraficantes eran los que se llevaban los billetes fuertes y a su vez los que lo llenaban de problemas. Pero el se sentía honrado por la movida que se generaba en la discoteca, por la gente “genial” que allí se reunía.

Su meta: construir leyendas, hitos históricos, como se hizo en el inicio de la película en un recital de Sex Pistols , presenciado por sólo 40 personas, pero que se convirtió en un emblema del punk para millones de fanáticos hasta el día de hoy.

“En la última cena sólo habían 12 personas”, “Me protegí incluso de tener que pasar por el dilema de venderme quedándome sin nada que vender”, son algunas de las frases que delatan los principios que había detrás de la personalidad de Wilson.

Aún luego de cerrar la Factory, este hombre tenía una sonrisa en su rostro. Y no porque luego de unos años realizaría un nuevo intento en el sello ya que aún no lo sabía, sino porque había hecho historia: el movimiento de Manchester marcó un antes y un después en la música, y esta película dirigida por Michael Winterbottom, nominada para la Palma de Oro en el Festival de Cine de Cannes,se encarga de reflejarlo con gran ingenio y perspicacia.

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